domingo, 13 de febrero de 2011

Volar

Imagino que todos vosotros abéis volado en alguna ocasión.
A mí me fascina volar. Empecé a volar muy pequeño con 5 ó 6 años y a pesar del susto que me daba
me parecía realmente increíble que un gigantesco armatoste de metal y keroseno se pudiese elevar en el cielo y volar como un pájaro.
El siguiente paso fue, como no, practicar el aeromodelismo, y el siguiente paso lógico fue dedicarme al paracaidismo.
En el vídeo que os e colgado no se nota el miedo que da el abismo, el miedo que sientes cuando te estás equipando con el paracaídas y como esta miedo se va incrementando a medida que subes al avión y a medida que va pasando el tiempo. Cuando suena la alarma y se enciende la luz verde ya sabes que estás perdido y tu cerebro se comporta de forma febril, con esa fiebre que da el terror.
Cuando estás en el borde de la puerta, estás tu sólo enfrentándote a todo, a ti mismo a tus miedos , al miedo, al miedo al fracaso y la vergüenza que te daría frente a tus compañeros el no poder saltar, miras hacia abajo y te sientes como ese mosquito que se estrella contra el matamoscas, pequeño, indefenso, frágil y aterrorizado.
Sin embargo saltas, y durante unos segundos sientes que eres menos que nada, entones entiendes la ley de la gravedad y aquello de un cuerpo cae con una velocidad de 9´8m/s, te das cuenta del montón de cosas estúpidas que hacemos los seres humanos.
De repente sientes un golpe seco en tus hombros y cuello, sientes como algo te frena en el azul del cielo, miras hacia arriba y ves la campana abierta, respiras hondo y sabes que a pesar de todo el miedo y de todo el terror lo volverás a hacer una y otra vez, una y otra vez.
Llega un momento en que te das cuenta de que eres un yonki... un yonki de la adrenalina y sabes que por muchos años que pasen seguirás siendo un maldito adicto a la adrenalina, a jugarte la vida a una sola carta , en coche en moto o en cualquier cosa, pero nada, nada supera el terror que infunde estar en la puerta de un avión a muchos metros sobre el suelo y jugandotela a una carta.
La última vez que volé fue hace un año, nueve horas en un avión dan para mucho, pero nunca me siento también como cuando vuelo sobre todo si cruzo algún océano.
Estar allá arriba me hace sentir en mi burbuja, una burbuja que me aisla de todo y de todos y una burbuja que creo que puedo abandonar siempre que quiera... pegando un salto.
Espero que disfrutéis del vídeo.

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